Cuando ya se aproxima la conmemoración de los 100 años de la Matanza de la Coruña, echamos mano a un texto sobre el hecho ytrágico de la Magíster en Historia y académica de la Universidad de Tarapacá, Karelia Cerda Castro.
En su material de memoria y resistencia obrera, Cerda Castro indica que «Diversos acontecimientos trágicos han marcado la historia del movimiento obrero chileno, en los cuales el diálogo entre el Estado y los sectores populares se ha visto interrumpido por respuestas sangrientas por parte del poder. Es así que desde la articulación del movimiento obrero clásico –con capacidad de auto-representación y una conciencia de clase- se han presentado formas de represión violentas frente movilizaciones por demandas de mejores condiciones de vida, terminadas en masacres como la Huelga portuaria de Valparaíso (1903), la “Huelga de la Carne” (1905), la Matanza de Plaza Colón (1906) y, sin duda la más recordada en nuestro glorioso puerto, la Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique (1907)».
La académica evoca que «La Matanza de La Coruña, ocurrida en 1925 en el cantón del Alto San Antonio, se inscribe en una lógica de violencia estatal que ha tendido a perpetuarse a lo largo de décadas, encontrando incluso sentido de continuidad en el escenario de movilizaciones contemporáneas, como las asociadas al “Estallido Social”, es por ello que la mirada hacia el pasado desde nuestro presente se vuelve urgente. En ese sentido, la memoria nos convoca como ciudadanía a comprometernos con el pasado, el presente y el futuro: la memoria es un territorio en constante disputa».
«La memoria no constituye un mero acto automático de recordar, sino que involucra un proceso de selección de aquello que otorga sentido a nuestro presente, dando cabida también a las omisiones, olvidos e incluso a los abusos sobre qué y cómo se recuerda. Por otra parte, la memoria es un espacio de encuentro entre distintas experiencias, es un fenómeno tanto individual como colectivo capaz de generar importantes cambios históricos, pues nos permite proyectar nuestras expectativas de futuro, en un constante diálogo entre actores y actrices sociales. A 100 años de la Matanza de La Coruña, es imprescindible activar dicho diálogo, evaluar el contenido de un suceso histórico doloroso que ha sido muchas veces marginado del recuerdo colectivo: la Historia y la memoria nos invitan a entrecruzar el límite temporal del pasado para comprenderlo al calor de nuestro propio presente», precisa la historiadora y añade que «El pasar de los años, la rapidez con que transcurre nuestra existencia en un mundo globalizado, generan que determinaros hechos se alejen y tiendan a perderse en la densidad del tiempo histórico, presentándose como pasados remotos que, si bien los consideramos relevantes, no parecieran incidir en la actualidad. El pasado reciente, es aquel que vinculamos con nuestra actualidad, el que persiste y punza en nuestra vida cotidiana, el que “no ha terminado de pasar”, en ese sentido la violencia de Estado expresada –por ejemplo- en los crímenes de lesa humanidad bajo la última dictadura civil-militar nos resulta más palpable y cercana que los sucesos de La Coruña en 1925, haciendo más patente esa necesidad de no-olvidar como mecanismo de justicia y de evitar la repetición de aquello que nos resulta abominable: el horror de la represión».
La especialista detalló que «Cada acontecimiento histórico es singular, por ello no podemos jugar a predecir lo que va a pasar a futuro mediante el estudio del pasado ni pretender que los procesos se repiten, pero la Historia sí nos permite identificar similitudes y constantes, es allí justamente donde la memoria juega un rol fundamental: es mediante el sentido que cada ciudadano/a le otorga al pasado que podemos conjugar nuestras experiencias pasadas, proyectándolas en las expectativas que guardamos a futuro como sociedad», y agrega que «La Matanza de La Coruña casi no ha dejado vestigios materiales que nos permitan generar un lazo afectivo y tangible con un lugar o un edificio, tampoco contamos ya con testigos vivos que puedan aportarnos sus relatos del horror vivido, pero la Historia como disciplina tiene una labor –a mi juicio, más bien un deber- respecto de la memoria colectiva que pesa sobre el pasado regional y su importancia para los sectores populares a nivel local y nacional. En ese sentido, no sólo las y los historiadores, sino toda la ciudadanía comprometida con la memoria histórica, tienen mucho que aportar al debate sobre las estructuras que consolidaron el Estado chileno a través del siglo XX, las que explican la lógica violenta con que éste ha respondido a la sociedad civil en distintos periodos, sea el 5 de junio de 1925 o el 18 de octubre de 2019».
«Este compromiso con la memoria de distintos actores y actrices sociales, implica una resistencia al olvido de aquellos pasados que resultan conflictivos y muchas veces dolorosos, con el propósito de avanzar sobre el terreno de la justicia, en la medida en permiten evaluar los procesos vividos en el presente en base a sus particularidades, semejanzas y diferencias, y de cómo creemos poder proyectarnos hacia una sociedad más equitativa. El pasado no cumple una función determinante sobre el presente, no lo explica ni lo contiene, pero sí permite su análisis mediante la experiencia. Y es justamente la experiencia aquello que hace posible formular expectativas de futuro, es por tanto en la memoria donde se cruzan el pasado, el presente y el futuro», suma Karelia Cerda Castro.