El 20 de diciembre pasado, la transnacional española Telefónica y empresas asociadas despidió a más de 400 trabajadores (11 por ciento de la fuerza de trabajo total), en medio de una incertidumbre e inseguridad debido a la situación laboral en el país. La compañía, con un ficticio discurso de familia y preocupación por cada uno de sus “colaboradores”, a la hora de ver reducidas sus ganancias o expectativas de ganancias, no le tembló la mano para dejar sin sustento a cientos de familias sin importar los años de vida entregados a empresa por los trabajadores. El despido masivo incluso afectó a empleados con 40 años en la firma.
Telefónica, mediante su marca Movistar, es sinónimo de precarización laboral y subcontrato. La gran mayoría de la plana técnica y de producción de la compañía está subcontratada y por tanto los derechos laborales y la estabilidad en la que sobreviven esos trabajadores es mínima. La inmensa magnitud de los técnicos que instalan o reparan los servicio en los hogares y lugares de trabajo se encuentran en precarias condiciones, pasando de empresa en empresa (contratistas) imposibilitados de acumular antigüedad ni vacaciones, y a merced de empresarios inescrupulosos que quiebran y levantan empresas cada vez que les conviene, sin considerar en absoluto las familias de los asalariados.
Los trabajadores de Movistar y en general los trabajadores de las telecomunicaciones, cumplen una utilidad y valor social fundamental en tiempos en que el internet y las telecomunicaciones se han vuelto una necesidad básica para el curso de la vida contemporánea. Así ocurre cada vez que se enciende un computador, se usa un teléfono móvil, funcionan hospitales, transporte, escuelas, universidades, fábricas.
Mientras Telefónica despide a cientos de trabajadores, sobrecarga de tareas a los que quedan dentro sin subir salario e incrementando la jornada laboral.
¿Y el Espíritu navideño, patrón?