La investigadora de la Fundación SOL, Andrea Sato, publicó una columna en Le Monde Diplomatique sobre los vínculos entre las trágicas cifras de suicidio y la pobreza, la soledad, el abandono socio-económico, sobre todo de varones. Por su importancia en un ámbito tabú para la sociedad y para las y los propios trabajadores, reproducimos el artículo.
En las últimas semanas, el metro de Santiago ha sido escenario de un fenómeno doloroso y alarmante: la interrupción del servicio por “personas en las vías”. Detrás de este eufemismo se ocultan tragedias humanas, vidas que se apagan en un instante, dejando un vacío ensordecedor en sus comunidades. El simple hecho de que estos incidentes se repitan con tal frecuencia debería ser suficiente para que nos detuviéramos a reflexionar. ¿Qué está sucediendo en nuestra sociedad que lleva a tantos a ver el suicidio como una salida?
Las estadísticas son desgarradoras y reveladoras. En Chile, el suicidio ha pasado de ser una causa de muerte marginal a convertirse en un problema de salud pública significativo. En las últimas dos décadas, la tasa de suicidio se ha multiplicado por diez. Hoy, se registran cinco suicidios por cada tres homicidios. Esta situación, en silencio y sin el foco de atención que merece, se convierte en una crisis que nos afecta a todas las personas.
Particularmente alarmante es el aumento de suicidios entre varones adultos y adultos mayores. Datos recientes indican que la mayoría de las muertes por suicidio se concentran en hombres mayores de 50 años, quienes sienten el peso de un mundo que, a menudo, no les brinda las herramientas necesarias para enfrentar sus desafíos. La masculinidad, con su carga de expectativas y estereotipos, juega un papel crucial en este escenario. Desde pequeños, los hombres son socializados para ser fuertes, invulnerables y autosuficientes. Este modelo de “hombre de verdad” hace que muchos se sientan incapaces de expresar su dolor o buscar ayuda, viéndose atrapados en un ciclo de sufrimiento silencioso.
La precariedad económica emerge como un factor central en esta dolorosa realidad. Un alarmante 45% de los hombres en Chile perciben ingresos líquidos menores a $612.000, una cifra que ni siquiera permite sacar a una familia de tres personas de la pobreza si una sola trabaja (perfil de familia arrendataria y considerando las estimaciones de la Comisión de la Pobreza 2025). Esta situación no solo genera un sentimiento de fracaso, sino que también aumenta la presión emocional y psicológica. Muchos hombres definen su valía a través de su rol como proveedores, y cuando enfrentan dificultades laborales, como la pérdida de empleo o salarios insuficientes, la desesperación puede llevar a un abismo sin retorno. La presión por cumplir con las expectativas de éxito se convierte en un peso insoportable, que se traduce en frustración y desesperanza.
La soledad y el aislamiento son otros factores que agravan la situación, especialmente en la población adulta mayor. Un 30% de los suicidios en Chile corresponde a hombres mayores de 65 años, quienes, en muchos casos, experimentan el dolor de la soledad, la pérdida de seres queridos y la falta de conexiones significativas. La vejez, en lugar de ser un tiempo de descanso y reflexión, se transforma en una etapa de sufrimiento y abandono, especialmente si no hay condiciones de reproducción mínimas.
Es crucial que, como sociedad, reconozcamos el impacto de estos factores en la salud mental. La falta de políticas públicas adecuadas y la escasa cobertura mediática sobre el suicidio contribuyen a que este tema siga siendo un tabú. Necesitamos abrir espacios de diálogo donde se permita hablar sobre el dolor y la vulnerabilidad sin miedo a ser juzgados. La salud mental debe ser una prioridad, y es urgente que implementemos políticas que aborden de manera integral las necesidades de aquellos que sufren en silencio.
El suicidio no es solo un problema individual; es un reflejo de las condiciones sociales y económicas que nos rodean. Las personas no pueden sobrevivir con salarios y jubilaciones de miseria. Un modelo desigual tiene consecuencias directas en la salud mental y bienestar de la sociedad. La posibilidad de políticas públicas que atiendan la precariedad también es urgente, en un escenario donde existe la incertidumbre de llegar a fin de mes. Que el lamento de aquellos que se han ido nos impulse a construir un futuro donde la empatía, la solidaridad y el apoyo sean la norma. No podemos permitir que el silencio siga siendo la respuesta. Hablemos, escuchemos, cuidemos y, sobre todo, exijamos condiciones dignas para vivir.
Interrogaciones (Gabriela Mistral)
¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas,
hacia un ancla invisible las manos orientadas?
¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,
y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?
El rosal que los vivos riegan sobre su huesa
¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?
¿no tiene acre el olor, siniestra la belleza
y las frondas menguadas de serpientes tejidas?
Y responde, Señor: cuando se fuga el alma,
por la mojada puerta de las largas heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?
¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?
¿El éter es un campo de monstruos florecido?
¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?
¿O lo gritan, y sigue tu corazón dormido?
¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu oído fino y apretados tus ojos?
Tal el hombre asegura, por, error o malicia;
mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote Justicia,
no te llamaré nunca otra cosa que Amor!
Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura;
la catarata, vértigo; aspereza, la sierra,
Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la Tierra!