por Cristian Pando
En Chile, la idea de la «clase media» se ha arraigado profundamente en nuestro imaginario, impulsada por el discurso político, los medios masivos de comunicación y la seductora promesa de la publicidad. Sin embargo, al rascar la superficie de esta narrativa, descubrimos una realidad más compleja: gran parte de quienes se identifican con esta etiqueta pertenecen, en esencia, a la clase trabajadora, luchando por sobrevivir bajo un delgado barniz de consumo.
El Origen y la Evolución de un Mito
La construcción de la «clase media» chilena comenzó a tomar forma a mediados del siglo XX, en un período marcado por el auge de la industrialización y el fortalecimiento del Estado de bienestar. Gobiernos como los del Frente Popular (1938-1941) y los radicales (Partido Radical) impulsaron la expansión de la educación pública, la creación de empleos en el sector público y la profesionalización de diversos oficios, abriendo oportunidades para que algunos sectores de la clase trabajadora accedieran a mejores condiciones de vida. El discurso de la clase media como motor del progreso nacional se consolidó en la década de 1960, cuando la reforma agraria y la construcción de viviendas sociales permitieron que más familias visualizaran un futuro de ascenso social.
No obstante, fue durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y la posterior transición democrática (1990-2010) cuando el mito de la clase media se arraigó con mayor fuerza en la sociedad chilena. El modelo neoliberal, implementado con fervor, promovió el consumo desenfrenado, el crédito fácil y la propiedad privada como los pilares del éxito social. Políticas como la privatización del sistema de pensiones (AFP) y de la salud (ISAPRES), junto con el acceso masivo a las tarjetas de crédito y la proliferación de centros comerciales, alimentaron la ilusión de que un gran número de chilenos había «ascendido» a la clase media. Políticos y economistas celebraron el aumento de los ingresos y el consumo como prueba irrefutable del progreso del país, ignorando las bases frágiles sobre las que se construía este supuesto bienestar.
La Ilusión de la Movilidad Social: Un Castillo de Naipes
El modelo económico chileno, cimentado en el neoliberalismo, ha vendido la idea de que el acceso al crédito, la acumulación de bienes materiales (como automóviles o electrodomésticos) y la inversión en educación privada son las llaves del ascenso social. Sin embargo, esta promesa de progreso suele ser una ilusión, un castillo de naipes que se derrumba ante la primera ráfaga de viento.
- Endeudamiento Masivo: El Talón de Aquiles. Innumerables familias chilenas mantienen un estilo de vida «de clase media» gracias a la constante inyección de créditos bancarios, tarjetas de consumo y deudas educativas. Pero esta aparente bonanza esconde una profunda vulnerabilidad: un imprevisto, como una enfermedad grave o la pérdida del empleo, puede desencadenar una espiral de deudas y arrastrar a estas familias a la ruina.
- Salarios Insuficientes: La Trampa de la Precariedad. Aunque muchos trabajadores cuentan con empleos formales, sus ingresos apenas les permiten cubrir las necesidades básicas, dejándolos sin capacidad de ahorro ni la posibilidad de asegurar una vejez digna. El sueldo promedio en Chile, que oscila entre los $500.000 y $800.000 pesos líquidos, se diluye rápidamente en un contexto de alto costo de vida, donde la vivienda, la salud y la educación consumen una parte desproporcionada del presupuesto familiar.
- Precarización Laboral: La Fragilidad del Empleo. La flexibilización del mercado laboral ha erosionado la estabilidad del empleo, multiplicando los contratos temporales, los trabajos a honorarios y las subcontrataciones. Muchos chilenos se ven atrapados en empleos inestables, sin contratos fijos ni acceso a la seguridad social, lo que contradice abiertamente la imagen de una «clase media consolidada» que se nos intenta vender.
¿Por qué persiste este engaño?
- El Discurso Político: La Cortina de Humo. Los gobiernos, tanto de derecha como de centro-izquierda, han recurrido a la retórica de la «clase media» para presentar a Chile como un caso de éxito económico, un país donde el progreso ha alcanzado a todos. Esta narrativa conveniente les permite ocultar las profundas desigualdades estructurales que persisten en la sociedad chilena.
- El Marketing y el Consumo: El Espejismo del Estatus. La publicidad y los medios de comunicación nos bombardean constantemente con un estilo de vida idealizado, asociado a la clase media: viajes exóticos, tecnología de punta, educación privada para los hijos. Se incentiva a las personas a identificarse con este grupo aspiracional, incluso cuando su realidad económica se encuentra muy lejos de ese espejismo.
- La Autoidentificación: El Rechazo a la «Clase Trabajadora». Lamentablemente, muchos trabajadores chilenos rechazan el término «clase trabajadora» debido al estigma social que aún se asocia a la pobreza y la marginalidad. Prefieren autodenominarse «clase media,» aunque no cumplan con los requisitos económicos reales para pertenecer a ese grupo (como la propiedad de una vivienda sin deudas, la existencia de ahorros significativos o la estabilidad de ingresos).
La Urgente Necesidad de Reconocer Nuestra Verdadera Condición
La supuesta «clase media» chilena es, en gran medida, una clase trabajadora endeudada, precarizada y atrapada en la ilusión de la movilidad social. Reconocer esta dura realidad es el primer paso para exigir políticas públicas que aborden los problemas reales que se enfrentan: salarios dignos, reducción de la desigualdad, acceso garantizado a derechos laborales y sociales, y un sistema de pensiones que asegure una vejez tranquila.
Mientras el mito de la clase media siga ocultando la verdadera condición de la mayoría de los chilenos, será sumamente difícil avanzar hacia un Chile más justo y equitativo. La lucha por mejores condiciones de vida debe comenzar por llamar a las cosas por su nombre: no existe una verdadera clase media sin derechos económicos y sociales sólidamente garantizados para todos.
El mito de la clase media en Chile ha funcionado como una narrativa engañosa de progreso, una cortina de humo que oculta la fragilidad económica y el endeudamiento de un grupo social diverso y en constante lucha por la supervivencia. El año 2025, la supuesta clase media enfrenta desafíos estructurales que exigen políticas valientes y transformadoras para garantizar su estabilidad y dignidad. La creciente amenaza de un retroceso en los derechos laborales y sociales, bajo la sombra de un posible gobierno de derecha, subraya la urgencia de proteger los avances logrados con tanto esfuerzo. Desmantelar este mito no es simplemente un ejercicio de honestidad intelectual; es un paso fundamental hacia la construcción de un Chile más justo, donde la movilidad social deje de ser una promesa vacía y se convierta en una realidad tangible para todos.
(Nota del Ed. La llamada «clase media», no es más que la misma clase trabajadora que cuenta con un salario relativamente mayor que el promedio de las remuneraciones que hace a la mayoría de la población. La determinación objetiva de las relaciones sociales del régimen capitalista se encuentra en la obligación, coaccionada por la miseria, de vender su fuerza de trabajo o habilidades laborales a un comprador (empresario capitalista) de esa mercancía tan particular. Particular porque para el empresario capitalista (independientemente de su forma jurídica), la fuerza de trabajo es un gasto de producción, como la tecnología y las materias primas, pero cuyo valor producido por el cumplimiento de su tarea es superior al precio del salario con el que es compensado para su reproducción vital. Ello significa que el empresario capitalista se apropia de una parte del valor o riqueza generada por el trabajador que, restando el dinero destacado a la inversión tecnológica (nuevas compras de maquinaria o mantención de las existentes), los gastos devenidos del intercambio (por ejemplo, fuerzas de venta, transporte de mercancías, etc.), costos fijos (inmuebles, infraestructura, terrenos, etc.), y pago de impuestos y deudas; constituye la ganancia. En otras palabras, el capitalista se apropia de una facción del valor producido por el trabajador que no cancela en su salario. De otro modo, no obtendría ganancias. Pues bien, la llamada «clase media» se limita a aquel grupo de trabajadores que por diversas causas y temporalmente, obtiene un sueldo que, en términos relativos, es superior al promedio del precio del salario que obtiene el conjunto de la clase trabajadora de una sociedad en un tiempo y lugar dados.)