De acuerdo a la Encuesta Suplementaria de Ingresos (ESI), publicada recientemente por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la mitad de las y los trabajadores en Chile gana menos de $611.162 líquidos mensuales, muy por debajo del promedio de $897.019. Con estos resultados, se puede afirmar que, el 37,6 % de las personas ocupadas no pueden sacar de la pobreza a un hogar promedio de tres personas.
Si se aplicaran las recomendaciones de la Comisión Asesora para la Actualización de la Medición de la Pobreza –que reflejan de manera más realista el costo de la vida y las condiciones socioeconómicas actuales–, el panorama sería aún peor: entre las personas propietarias de una vivienda, el 40% de las personas ocupadas no logra superar la línea de la pobreza para un hogar promedio sin ingresos adicionales. En el caso de las personas arrendatarias, alcanza un 67 %, es decir, dos de cada tres.
Ahora bien, la estadística sobreestima la realidad: un porcentaje sustantivo de quienes trabajan sigue ganando menos de lo necesario para que su hogar supere la pobreza si solo dependiera de su ingreso.
Esta ESI entregó información sobre la afiliación sindical de quienes reportan sus ingresos. Los resultados son claros: sin controlar por factores observables, existe una brecha salarial mediana del 36,6 % a favor de las y los trabajadores sindicalizados, y una brecha promedio del 12,9%. Sindicalizarse, simple y llanamente, paga.
El porcentaje efectivo de cobertura de la negociación colectiva apenas alcanza el 15% en Chile. Y lo hace en un escenario de alta fragmentación sindical: casi 9 mil sindicatos, la mitad con menos de 49 afiliadas o afiliados, lo que limita severamente sus recursos de poder y su capacidad para lograr mejoras significativas.
Aunque la patronal hace todo lo posible para debilitar a los sindicatos, estos siguen cumpliendo su misión histórica de mejorar las condiciones laborales, pero hoy esa conquista alcanza solo a una minoría.
Internacionalmente, donde existe negociación colectiva por sector económico, mejora la participación de los salarios en el PIB y existen efectos distributivos agregados.
* Con información de Gonzalo Durán de Fundación SOL