Clotario Blest encabezó la mítica “rebelión de la chauchas” y fundó la CUT, la más importante organización de trabajadores de Chile, muriendo a los noventa años de edad. Carolina Urrejola pudo conversar con el sacerdote franciscano Ovidio Aguilera, quien lo acompañó en sus últimos meses de vida y en los momentos de su muerte en la Recoleta Franciscana.
Blest dejó su corazón en las calles, en cada marcha sus zapatos gastados recorrieron junto con los gritos y banderas cada injusticia, cada defensa por los trabajadores, por el hombre. Cuestionó desde pequeño cada una de las situaciones que se le presentaban, como cuando tenía que ir junto a su madre por la puerta de atrás de la casa de los aristocráticos Blest Gana a pedir alimentos y dinero. Sintiendo en el enrojecer de las mejillas de su querida madre, la humillación. O cuando el director de su Escuela lo sacó delante de todos sus compañeros y le dijo “Blest ¿Por qué tiene los zapatos rotos?” y él tuvo que responder frente a la risa de todos sus compañeros “señor, porque soy pobre”.
El fundador de la Central Única de Trabajadores (CUT), Clotario Blest, hacia fines de los 80, se encontraba un tanto retirado. Los años, el cansancio y lo desgastado de su mameluco azul, hacían notar que ya estaba llegando al final de sus batallas.
Hace un tiempo que se encontraba en su casa derruida y provinciana de la calle Ricardo Santa Cruz. Allí, junto a gatos y palomas, pasaba sus días mirando por un ventanal con vista hacia un peral y un naranjo.
Algunos medios de comunicación volvían a él para consultarle sobre el movimiento de los trabajadores, pero cada vez con menos frecuencia. La revista Análisis y la revista Apsi lograron entrevistarlo en su casa, un poco antes de que sus compañeros de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF) lo llevaran a la Recoleta Franciscana. En ésta primera narración se relata lo siguiente: “El creía en la independencia del movimiento sindical y no necesitaba cargos para hacerse escuchar”. En esta última conversación con Análisis, Clotario Blest estaba metido en la cama con su overol azul sobre el pijama, un rosario, rodeado de crucifijos y banderines sindicales, mientras los gatos y las palomas merodeaban amistosos. “La vida, en una palabra, sin dar discursos, son las enseñanzas de Cristo, y punto. El evangelio, Cristo… no hay nada más. Él es el único que puede darnos dignidad”, dijo. Y luego se disculpó. Estaba cansado, quería dormitar un poco.
Clotario deseaba morir en su vieja casa de Ricardo Santa Cruz, con sus gatos y palomas, con sus amigos y secretarios Oscar Ortiz y Francisco Díaz. Pero las cosas fueron un poco distintas. Varios discursos pomposos de quienes raramente lo fueron a visitar en los últimos años, la aparición inesperada y necesaria del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y un gato blanco que a metros de distancia le hizo guardia a su cadáver durante su velatorio “quieto, terriblemente quieto”.
Para sus últimos días Blest ya no quería comer, recostado en su cama en la Recoleta Franciscana, hacia pequeñas “huelgas de hambre” como relata el fray Ovidio. Sin embargo el Fray se las arreglaba “lo que yo hacía era una pillería, le daba salame para que así obligadamente le diera sed y me pidiera agua”.
La noche del 30 de mayo se estaba iniciando complicada. Clotario se encontraba recostado en su cama, sus ojos a ratos se iban y lo único que repetía era “compañeros vengan, compañeros vengan”. El fray Ovidio comienza a rezar, Blest gira su cuerpo hacia la muralla y comienza a rezar varios “Dios te salve María” por cerca de una hora. El fray le insiste a don Clota, le dice que se “entregue”. A lo cual finalmente accede. Una fría madrugada de mayo a las 3:45 fallece a los 91 años el líder sindical Clotario Blest.
De inmediato dan aviso al ministro provincial de los franciscanos, y al presidente de la Anef de esa época Hernol Flores. Preparan la capilla ardiente, le ponen su típico e inseparable overol azul, una cuerda franciscana amarrada a su cintura y sin zapatos, como un miembro más de la Iglesia Franciscana. Se le avisa también al presidente de la Central Unitaria, Manuel Bustos.
Todo el día 31 el cuerpo de Blest es velado en la Recoleta Franciscana, siendo visitado por cientos de trabajadores con sus familias y personalidades del mundo político. A las 11 de la mañana del día siguiente, Manuel Bustos hace un llamado para que todos los trabajadores a lo largo de Chile hicieran un minuto de silencio. Luego, cerca del mediodía una carroza del Hogar de Cristo llega hasta la puerta para trasladarlo a la Iglesia San Francisco de la Alameda. Llevan el ataúd el Ministro del Trabajo y su Subsecretario, René Cortázar y Eduardo Loyola.
Llegando a la Iglesia San Francisco, con mucha nostalgia y orgullo realiza la homilía el sacerdote Cristian Precht, con quién Blest había compartido innumerables veces en instancias de defensa de los derechos humanos
A las 17:13 minutos el cortejo se dispone para partir rumbo al Cementerio General. Frailes franciscanos llevan sobre sus hombros el ataúd de Blest. Las calles están repletas. Cuando entre la gente los murmullos comienzan a ensordecer. Sin previo aviso un grupo de encapuchados del Movimiento de Izquierda Revolucionara (MIR) y del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, les arrebatan el féretro de Blest, coreando consignas dan la vuelta por la calle Paris para luego aparecer por Londres y entregarlo nuevamente. Para ellos, don Clota también es parte de su historia y de la lucha de izquierda.
Con el féretro ya de vuelta comienzan a subir el ataúd a una carroza para dirigirlo al Cementerio General. Un grupo de trabajadores se acerca a René Cortázar y le dicen que a don Clota le hubiese gustado ir caminando con los obreros. Así se inicia una larga caminata por Avenida La Paz hacia el cementerio. Miles de personas lo acompañan, se acercan para poder tocar su ataúd, ayudar a llevarlo. Las flores caen desde todos los sectores. El cariño y el respeto son tremendos. No había viuda, ni hijos, ni hermanos, no había partido político, solo la clase trabajadora llorándolo y dándole las gracias por años de lucha para mejorar las condiciones de los trabajadores. En la calle las y los floristas de Recoleta escriben con flores blancas la frase “Adiós Don Clota” en tamaño gigante.
Un adiós al trabajo más constante por la unidad de los trabajadores, por legislaciones justas, por la consecuencia. Nació pobre y murió pobre, como siempre lo quiso. Atrás quedaron sus gatos, sus palomas, su perro “el Momio”, sus desayunos diarios en el Sindicato de Panificadores, sus largas caminatas a la Iglesia, la lucha en el Comité por la Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales, sus largos y estremecedores discursos, sus fotos con el Ché, sus libros de Ghandi, sus muebles roñosos en la casa de Ricardo Santa Cruz, las respiraciones agitadas detrás de la mampara de su hogar en espera de refugio, sus respuestas incorruptibles, sus cientos de detenciones durante el gobierno de Ibáñez del Campo, su descontento, su alegría cuando se ganaba una propuesta justa. Ahora sólo queda el cariño y el respeto de cientos de trabajadores que se unían en su lucha y que hoy lo usan como bandera para lograr y recuperar la ansiada unidad.
Aquí les dejamos un obsequio audiovisual de su memoria. No es un documental corriente. Tiene que ver con nuestra historia.