Antonio Ramón Ramón nació en la calle de Serafines del pueblo de Molvizar, Granada (España), el 13 de noviembre de 1879. Cuatro días más tarde fue bautizado bajo el rito católico en la parroquia de Santa Ana por el cura local Francisco Martínez Morales. De acuerdo con su partida de bautismo fueron sus padres legítimos Antonio Ramón Ortiz y María Encarnación Ramón Ortega, mientras que sus abuelos paternos fueron Miguel Ramón Prados y Rosa Ortíz Vega y los matemos Antonio Ramón Valle y Salvadora Ortega Aguilera, todos ellos naturales y vecinos de la villa de Molvizar. Sus padres determinaron ponerle por nombre Antonio Miguel y concedieron el privilegio de padrinazgo del niño a Francisco Ramón Ortíz, a quien el cura local advirtió el parentesco individual y obligaciones que había contraído. Fueron testigos del bautizo Joaquín Medina Ortega y Andrés Carmona Funes, también vecinos de Molvizar.
En Molvizar Antonio vivía con su padre, su madre y una hermana. Su padre, Antonio Ramón Ortíz, trabajaba en las labores agrícolas como jornalero en los fundos vecinos a la villa en que residían. En algunas ocasiones el padre de Antonio se alejaba bastante de Molvizar, pero siempre regresaba a su hogar hacia la tarde. En su vida errante de jornalero agrícola, Antonio Ramón Ortiz llegaba muchas veces hasta otros pueblos. Fue así como en cierta época, durante su vida de matrimonio, estuvo trabajando muy cerca del pueblo de Lobrés en donde conoció a una mujer de quien se enamoró y de cuyas relaciones ilegítimas nació un hijo a quien puso por nombre: Manuel Vaca. Este hijo natural creció en Lobrés sin llegar nunca hasta Molvizar y estando en su adolescencia salió con su madre de España con destino a África.
La vida en el hogar de Antonio no era fácil. A las ausencias obligadas y prolongadas del padre, se sumaban las angustias y tribulaciones familiares devenidas de las miserables condiciones de vida de los hogares proletarios españoles de la época. Hambre, miseria y ausencia definían el quehacer cotidiano de la familia Ramón.
Los primeros años en la vida de Antonio Ramón Ramón fueron durísimos. A las precariedades de vida que el sistema latifundario y caciquil granadino le imponían a los hogares proletarios, se sumaba la miseria mental del jefe de hogar. No es extraño entonces que Antonio Ramón Ramón, al igual que la mayoría de los niños de Molvizar, estuviera sólo un año en la escuela. Pero en ese tiempo Antonio aprendió a escribir rudimentariamente; aprendizaje que continuó después por su cuenta hasta alcanzar un importante grado de perfección en la escritura, e incluso en las operaciones preliminares de la aritmética.
Al igual que muchos jóvenes de Molvizar, Antonio Ramón Ramón, muy pronto comprendió que las estructuras agrarias de Molvizar no garantizaban su subsistencia. Al igual que sus compañeros de generación y de aquellos que los precedieron, se hecho a andar los caminos del mundo en busca de mejores condiciones de vida.Como antes su padre y como mucho antes sus abuelos. Antonio enrumbó las veredas de Motril, primero, y más tarde las de Granada. Pero Antonio Ramón Ramón fue más lejos. A los 23 años armó un pequeno equipaje y abandonó su pueblo natal con destino a África.
Pese a desconocer absolutamente las nuevas regiones a las cuales arribó, Antonio se ocupó en diversos trabajos en el puerto de Orán. Cinco meses después de su llegada fue ingresado en un hospital de Orán afectado de paludismo, enfermedad de la cual sanó rápidamente. Fue precisamente en esta época cuando conoció a su hermano natural Manuel Vaca. Fue durante la Semana Santa de año 1902. En esa fecha los campesinos de la región de Boutilyl se encontraban celebrando sus fiestas locales, concurriendo casualmente Antonio a una de ellas. Mucho le extrañó a Antonio que se acercaran familiarmente muchos individuos a quienes no conocía y que le hablaban en una mezcla de árabe y castellano que no lograba comprender. Intrigado, Antonio les dijo que tal vez lo confundían, pues él recién llegaba a la zona y que, además, no podía entablar conversación con ellos pues ignoraba todo otro idioma que el castellano. Al percatarse de esta situación los lugareños se dieron cuenta de que se trataba de una equivocación y uno de ellos le explicó a Antonio que la causa del error no era otra que la existencia, en las inmediaciones, de un individuo, amigo de ellos, de físico muy parecido al suyo.
Con esta relación y con los antecedentes que Antonio tenía de su hermano natural, pensó luego en la posibilidad de que fuera él y preguntó mayores detalles de este sujeto. Se le dijo entonces que vivía y trabajaba en Aranzol.
Tocado en su curiosidad, Antonio se puso en marcha hacia Aranzol y luego de no pocas averiguaciones dio con Manuel Vaca. Desde aquel día se desarrolló entre Antonio y Manuel Vaca un gran afecto filial. Manuel se convirtió en un compañero inseparable y durante el tiempo que vivieron juntos congeniaron admirablemente. Se desempeñaron regularmente en los mismos oficios y faenas a lo largo de gran parte del Norte de África.
En estas circunstancias ambos hermanos determinaron salir de África y embarcarse para América en busca de mejores condiciones laborales y de vida. Fue así como partieron rumbo a Brasil. Pero en el vapor en que se embarcaron les comentaron que en Brasil se trataba muy mal al trabajador, y como los fondos no alcanzaban para pagar la continuación del viaje a ambos hasta Buenos Aires, sólo Manuel siguió hasta ese destino. Antonio permaneció Brasil, trabajando en las faenas del ferrocarril en la zona de Botucatú, lugar en el que permaneció once meses. Las noticias que recibía de su hermano por correspondencia, le habían permitido enterarse de que éste había partido para Chile, muy poco tiempo después de llegar a la Argentina.
Manuel se había establecido en Tarapacá. En esta zona trabajaba en las salitreras. Mientras tanto, Antonio se había trasladado a la Argentina. A fines del año 1907 las cartas de Manuel a Antonio cesaron bruscamente. Antonio, que se había impuesto a través de la prensa en Argentina de la matanza de obreros en Iquique, comenzó a impacientarse progresivamente. En junio de 1908 cruzó la cordillera de Los Andes y se dirigió hacia el puerto de Iquique en busca de su hermano. Al preguntar en ese lugar por Manuel Vaca se enteró de aquello que en el fondo no quería saber. Manuel había sido uno de los caídos durante la matanza de la Escuela Domingo Santa María en diciembre de 1907.
Después de conocer en detalle de boca de los obreros, la relación de los sucesos de Iquique, Antonio, abrumado por la pena, se internó en la pampa. A partir de este momento inicia un perenne deambular por el norte salitrero, la zona central de Chile y la pampa Argentina. Es un errar sin destino fijo, diferentes oficios, diferentes faenas, distintos paisajes. Nada lograba mitigar su profunda pena. Nada lograba paliar la ausencia. Nada llenaba el vacío dejado por la pérdida del hermano. Nada lograba explicar lo acontecido.
En su primer testimonio ante las autoridades judiciales Antonio manifestó con absoluta claridad las motivaciones que impelieron su acción.
«Yo soy el autor de las lesiones del general don Roberto Silva Renard, y las he perpetrado en venganza por haber sido el general Silva Renard quien dirigió el fuego contra los obreros asilados en la Escuela Santa María, en Iquique, entre los cuales estaba mi hermano ilegítimo Manuel Vaca, que pereció a consecuencia de la descarga de la tropa. Este hermano era el único pariente varón que tenía y por ese motivo pensé en vengarme del jefe que comandaba las tropas que lo mataron. Antes de venirme a vivir en la avenida Viel, no conocía al general Silva Renard pero, en Iquique había oído en repetidas ocasiones que había sido él el asesino de miles de obreros, entre los cuales estaba mi hermano y desde entonces tuve el proyecto de vengarme del general. Esta mañana, encontré como a las diez, casualmente, al general Silva Renard que venía a pie por la acera poniente de la avenida Viel, y entonces, sacando una daga que usaba en el bolsillo, con el objeto de llevar a cabo mi venganza contra Silva Renard, lo herí en la parte posterior del cuello; el general se volvió al sentirse herido y entonces le di una segunda puñalada en la parte inferior de la espalda».
De acuerdo a historiadores y militantes populares, el hecho cometido por Ramón Ramón fue detonado por la acción represiva desencadenada por Roberto Silva Renard, y la necesidad del justo castigo, imperiosa, frente a la impunidad del crimen y ante la conducta cómplice del Estado.