Después de la Segunda Guerra Mundial, en todo el mundo se vivía una crisis económica por falta de combustibles y otros insumos. En Chile el gobierno del radical Gabriel González Videla, inicialmente anunciado como de centroizquierda, dio un vuelco ordenado por Estados Unidos hacia la derecha, persiguiendo al Partido Comunista (su anterior aliado) con la llamada «Ley Maldita».
El 12 de agosto, el gobierno de Gabriel González Videla anunció el aumento de 20 centavos en el transporte público de la capital.
Cuatro días después, estudiantes iniciaron la protesta a la que se sumaron trabajadores y dueñas de casa con la consigna de «micros a un peso». La represión encargada por González Videla con Carabineros y soldados masacró al menos a una veitena de personas.
En 2019, el portal Interferencia entrevistó al historiador Simón Castillo Fernández quien explicó que «La Huelga de la chaucha refleja muy bien una situación de agotamiento y cansancio de parte de la población santiaguina respecto a la carencia de muchos servicios básicos. Junto con la carencia de la bencina, el alza del costo de la vida brutal».
El historiador señaló que unas 50 mil personas participaron en la manifestación y que no hay un cálculo oficial de personas asesinadas por agentes de Estado, estableciéndose un mínimo de 20 personas muertas. En el sector de Alameda con San Diego, se registraron disparos policiales hacia la multitud.
Castillo explicó que el Santiago de 1949 bordeaba los dos millones de habitantes, donde la población trabajadora sufría diversas carencias: «El transporte se convirtió en un elemento cada vez más sensible para la sociedad urbana, porque los tiempos de viajes cada vez se hicieron más extensos y la clase obrera cada vez se tuvo que ir a vivir más lejos, por diferentes motivos, como el precio del suelo o las erradicaciones. Es un tema muy sensible porque por una parte, toca el bolsillo, pero también aspectos muy importantes como su tiempo. El tiempo de desplazarse y el que se puede compartir con la familia».
El historiador precisó que en 1949 recién había sido creada una empresa estatal de transporte. Por lo tanto, la mayor parte del transporte en la ciudad continuó siendo privado hasta la siguiente revuelta de 1957: «nunca el Estado tuvo la mayor flota para trasladar pasajeros. Siempre la empresa privada tuvo un esquema que los beneficiaba con subsidios».
La historia no se repite, pero rima.