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Chile. A 90 años de la Masacre de Ránquil, cuando obreros, campesinos y mapuche se levantaron contra la esclavitud y el robo de tierras: Medio millar de pobres asesinados por el Estado

El origen de este conflicto se arrastra desde 1929, oportunidad en que Carlos Ibáñez del Campo dictó el decreto N°3.871 del 14 de agosto. En este decreto reconocía a la familia Terrateniente Puelma Castillo la propiedad de 139.362 hectáreas ubicadas en el Alto Bio-Bío, incluyendo 4.000 hectáreas de terrenos fiscales, que habían sido entregadas con anterioridad a familias de colonos y pequeños campesinos, siendo enajenados de sus tierras. En otras palabras el Estado robó las tierras al pobre, para dárselas a los terratenientes.

Los campesinos, ante esta medida del ejecutivo reaccionaron organizándose en el Sindicato Agrícola de Lonquimay. Una delegación encabezada por su presidente, Juan Segundo Leiva Tapia, viajó a Santiago para intentar revertir esta medida. Como resultado se logró la derogación del decreto N°3.871 y también, que se dictara uno nuevo, el N°265, de 27 de marzo de 1931, que convertiría esta hijuela en la Colonia Agrícola de Ránquil, recuperando así los campesinos su tierra.

Sin embargo, la llegada al poder de Arturo Alessandri Palma significó el comienzo de la tragedia de Ránquil y del Alto Bío Bío. La nueva administración adoptó una política favorable a los intereses de los latifundistas y los hacendados Puelma y Bunster, quienes consiguieron a través de la acción de sus abogados que el gobierno volviera a revisar las medidas paliativas adoptadas por Ibáñez para descomprimir la situación en 1931. Nuevamente los campesinos perderían sus tierras. El sindicato Agrícola de Lonquimay envió delegados a Santiago para tratar de negociar la recuperación de las tierras, pero el presidente no accedió a devolverlas. Tal fue el origen del conflicto.

En junio de 1934, al haberse agotado las posibilidades de obtener una solución por vía legal y tras perder su única fuente de sustento, los campesinos se alzaron en armas para recuperar su tierra robada por el Estado y los latifundistas. Armados con palos y viejas armas de fuego tomaron la tierra que legítimamente les pertenecía.

La rebelión tuvo un fuerte eco en las comunidades mapuches. En Nitrito, Ránquil, Quilleime, Lolco, Trubul y en los lavaderos de oro de Lonquimay los campesinos se unieron en defensa de los expulsados, recibiendo el apoyo de los mapuche de la reducción Maripe, cuyo lonko Ignacio Maripe, quince años antes había perdido sus tierras en el mismo Fundo Ralko. Según se consigna en documentos de la época, este lonko pewenche fue salvajemente torturado en vida, sacándosele los ojos, cortándosele la lengua y las orejas hasta dejarlo exánime.

Las fuerzas represivas locales se vieron sobrepasadas por la rebelión campesina, y rápidamente recibieron refuerzos de Bandas armadas por los terratenientes y 100 policías venidos desde Santiago. Cuando comenzó el duro invierno cordillerano y las tierras estaban recién cultivadas, la fuerza policial comenzó el desalojo a los campesinos alzados, destruyendo cercos e incendiando los ranchos, expulsándolos sin misericordia y conduciéndolos hasta terrenos estériles, más arriba de la misma cordillera, sin alimentos ni habitación.

Hubo varios enfrentamientos armados, pero el más recordado por su significado fue el acontecido en el Puente de Ránquil. En ese lugar a inicios de julio de 1934, se estima que alrededor de doscientos campesinos trataron de impedir el paso a las fuerzas uniformadas. Como resultado, aproximadamente un centenar de personas perecieron durante esa semana y un número indeterminado fue apresado. Cientos fueron pasados por las armas a pesar de haberse rendido ante las fuerzas militares.

A principios de julio, un grupo rebelde seguía manteniéndose fuerte en los cerros de Llanquen. Los que sobrevivieron a los fusilamientos indiscriminados fueron apresados o huyeron hacia la cordillera, abandonando a sus familias. Muchas mujeres que se quedaron en los improvisados campamentos fueron violadas y todas erradicadas de sus tierras ancestrales, expulsadas en conjunto con sus hijos.

Ningún policía fue procesado por sus crímenes, y Arturo Alessandri declaró una amnistía que sólo benefició a las fuerza policial. La historia de la concentración económica del capital, nuevamente se tiñó con la sangre del pueblo trabajador.

 

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