Este 19 de enero, se realizó una jornada histórica de lucha en defensa de su Sistema Público de Pensiones (de reparto).
La iniciativa de cambiar el sistema de pensiones francés para beneficio del gran empresariado fue hecho por el gobierno de Macron, y provocó la respuesta inédita de los principales sindicatos de Francia, en una unión que no se veía desde 2010.
Se calcula dos millones de franceses y francesas se han echado a la calle durante la jornada de huelga.
Muchas asambleas en las fábricas, administraciones, institutos, etcétera, por ejemplo 200 presentes en la asamblea del hospital de Dieppe: Huelga votada hasta la retirada de la reforma.
La clase obrera francesa ha dado muestras, una vez más, de la fuerza de su rebeldía y capacidad de lucha.
Esto no hubiese sido posible sin la implicación y unidad de los sindicatos.
Desde Perpignan (15.000) a Nantes (50.000), desde Le Havre (35.0009 a Bayona y Pau (15.000), o desde Brest (13.500) a Niza (20.000), nunca se habían conocido manifestaciones -un total de 200- tan concurridas. Movilizaciones que en ocasiones han superado las cifras de las históricas movilizaciones de 1995, en las que se logró echar para atrás la reforma de pensiones de Alain Juppé.
A estas manifestaciones hay que añadir las significativas huelgas en el sector de la energía (nuclear, refinerías, servicio eléctrico), el transporte (largas distancias y cercanías), la enseñanza (elemental, secundaria y universidad) y, muy importante, el desarrollo de huelgas en el sector privado: industria alimentaria, sector del automóvil, electrónica, etc.
Y todo ello a pesar de los medios masivos de comunicación puestos a disposición del gobierno.
El éxito de esta movilización, su masividad, se basa en dos elementos: el primero, la unidad de todos los sindicatos (CFDT, CGT, FO, CFE/CGE, CFTC, UNSA, Solidaries y FSU) y, sobre todo, la participación de la CFDT –sindicato mayoritario y que hasta la fecha ha optado siempre más por la vía del diálogo que de la confrontación–; el segundo, que si bien el detonante de esta gran movilización es la reforma de las pensiones, lo que se expresa en la calle es un enorme hartazgo tanto por la degradación continua de las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría social, de sus clases más desfavorecidas (por los efectos de la inflación, el deterioro de los servicios públicos, o los recortes en las prestaciones por desempleo), como por la arrogancia de un gobierno que, fiel a su credo, sólo tiene como objetivo enriquecer a los más ricos. Hasta el punto que el ministro de economía, Bruno Lemaire, en los días previos a la huelga no tuvo ningún reparo en burlarse de la propuesta que han lanzado 200 multimillonarios del planeta ante la cumbre de Davos, exigiendo más impuestos para los ricos para salir de la crisis provocada por la Covid-19. Sobre todo, cuando la razón para esta reforma de las pensiones es enjuagar el déficit presupuestario del gobierno.
A diferencia de otras huelgas en las que la justificación del rechazo a las propuestas gubernamentales exigía un trabajo importante de explicación y pedagogía, en esta ocasión, estando ganada de antemano la batalla de opinión sobre la sinrazón de la reforma, el reto de cara al día 31 de enero próximo va a estar en organizar asambleas generales de debate en los centros de trabajo y enseñanza para reforzar y ampliar la movilización, y en crear y extender al máximo los espacios de debate y reflexión a nivel local sobre la necesidad de elevar el listón de la movilización para tumbar la reforma.
Por último, a nadie se le escapa que la importancia del resultado de esta confrontación social afecta al proyecto neoliberal de la Unión Europea, que tiene como uno de sus objetivos prioritarios el desmantelamiento de los sistemas de pensiones de reparto. De ahí la importancia de difundir la experiencia de esta lucha y de solidarizarse con la misma.