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Chile. La explotación sobre las mujeres aumenta cada vez más: El 53 % de las trabajadoras remuneradas o no, carecen de tiempo para vivir

La Crisis de los Cuidados es evidente e involucra a todas las personas, es una crisis sistémica, va en escalada y es urgente de enfrentar, toca a todos los hogares y enfrenta las contradicciones más antiguas dentro de este modelo de acumulación: el capital versus la vida. Los feminismos, especialmente los feminismos de clase, han sido claves para que en los últimos años se debatiera intensamente sobre los limites de la visión de la economía neoclásica en torno a los mercados. La insistencia ideológica de estas corrientes de poner el foco en las actividades monetizadas y en los procesos de acumulación capitalista, excluyendo todas las otras actividades que habilitan la mal llamada esfera “productiva” de la economía, son parte de un relato que se ha insistido en desmontar. Estas lecturas ortodoxas invitan a ver el mercado como una esfera independiente de la economía e invisibiliza los entramados que permiten la reproducción del propio capital. Ámbitos como los hogares y los trabajos que ahí se realizan son ignorados para darle relevancia a “lo productivo”. Esto deja de lado el profundo vínculo entre los cuidados, la economía de mercado y la reproducción de la vida, creando una separación ficticia entre lo público y lo privado, en la cual lo íntimo, el hogar, los procesos de reproducción vital son considerados secundarios.

Amplia bibliografía, especialmente desde la segunda ola del feminismo, ha establecido estos lazos que unen el mercado “visible” con el trabajo no remunerado e invisibilizado de las mujeres dentro de los hogares. La fragilidad en este aparente equilibrio entre lo que sucede dentro de los hogares y los mercados es el nudo central de lo que se ha denominado la Crisis de los Cuidados, entendida como la agudización de las dificultades de amplios sectores de la población —especialmente los más empobrecidos— para cuidarse, cuidar o ser cuidados. La raíz de esta crisis es la profundización de un modelo de expolio que utiliza las fuerzas vitales —remuneradas y no remuneradas— para garantizar la acumulación del Capital. El modelo de acumulación capitalista ha profundizado la división sexual del trabajo y busca que los hogares absorban la crisis del capital mediante la sobre explotación del trabajo doméstico y de cuidado. Este es un síntoma y resultado de las tensiones y contradicciones que impone el capitalismo sobre cómo organizar la vida pública y privada, entre lo íntimo y lo externo, entre lo “productivo” y “reproductivo” y, por último, entre la satisfacción de las necesidades de todo ser viviente y la generación de beneficio económico para unos pocos. Las contradicciones del modelo de acumulación son evidentes y ha tocado límites sin precedentes.

La imposibilidad de cuidar o ser cuidado, engloba diversas dimensiones. La primera y más evidente es que no podemos cuidarnos si no hay ingresos suficientes y si todos los derechos están mercantilizados. La segunda es que el cuidado es un derecho y debe ser garantizado, por tanto, gestionado de forma comunitaria. Por último, surge el debate sobre el trabajo socialmente necesario: ¿Cuánto tiempo producimos? ¿Qué producimos? ¿Qué valor le otorgamos? Son preguntas claves para cambiar radicalmente el paradigma de acumulación y centrarnos en los procesos vitales de la tierra y de los seres vivos.

En este período de crisis sistémica, agravada por la pandemia, es urgente visibilizar la insostenibilidad de la organización “tradicional” del cuidado que ha descansado en los últimos siglos sobre los hombros de mujeres, principalmente madres y trabajadoras migrantes racializadas. También es necesario evidenciar la naturaleza parasitaria del trabajo “productivo” sobre el trabajo “reproductivo”. La economía “real” depende de un trabajo invisible, no remunerado y supuestamente altruista que sostiene todos los ciclos de reproducción, por lo que la relegación de las mujeres de las esferas públicas tiene un objetivo político, que es sostener la supervivencia del mismo sistema económico.

En Chile, la crisis de los cuidados y la sobreexplotación del trabajo doméstico y de cuidados se puede evidenciar fácilmente en la desigualdad en torno al uso del tiempo. Al analizar los datos de la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo (ENUT) se observa, según Carga Global de Trabajo, que el 53% de las mujeres que trabajan remunerada y no remuneradamente se encuentra en pobreza de tiempo, lo cual implica que no tienen el tiempo suficiente para descansar, realizar actividades de autocuidado y ocio. Al poner el foco en las mujeres madres, la diferencia en el uso del tiempo es abismante, por ejemplo, si se observan solo las actividades de Trabajo No Remunerado (TNR), las mujeres que no tienen hijas(os), en promedio, dedican 24,3 horas semanales a labores domésticas y de cuidado, en cambio las mujeres madres dedican 55,7 horas en TNR, lo cual significa 31,4 horas semanales de diferencia. El capital como modelo de depredación avanza sobre los cuerpos, los territorios y los tiempos de las mujeres para garantizar la acumulación.

La crisis de lo cuidados es multidimensional y, por tanto, es necesario y urgente que las perspectivas para crear propuestas se complementen. Por ejemplo, la división sexual del trabajo impacta directamente en cómo se reparten las tareas de cuidados dentro de los hogares, pero las soluciones no solo son a nivel de hogares o a través acuerdos individuales en el espacio privado, sino que deben estar engarzadas con las comunidades, los hogares y el Estado. Es urgente visibilizar la relación parasitaria que existe entre lo “privado“ y lo “público”, y enfrentarla con propuestas antisistémicas que releguen la centralidad del mercado y prioricen los cuidados y los tiempos que ellos requieren.

La crisis de los cuidados se enfrenta con políticas públicas y también con gestión comunitaria, con propuestas radicales que desmonten la alianza criminal del patriarcado y el capital. Priorizar los ingresos suficientes para los cuidados, garantizar derechos sociales y establecer los cuidados como eje principal de las vidas es urgente. Trabajar menos, trabajar todos(as), producir solo lo necesario, redistribuir todo.

Por Andrea Sato, investigadora de Fundación SOL.

 

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