Trabajadores de Chile:
Este no es un día de fiesta; este es un día de recuerdo, de rememoración. Un día para mirar hacia atrás, más allá y dentro de la frontera de la patria y rendir un homenaje a todos aquellos que, en distintas latitudes, cayeron luchando por hacer más digna la vida del hombre y conquistar la auténtica libertad.
Estamos aquí en este día que tiene una profunda y honda significación; que es trascendente porque están aquí ustedes, trabajadores de Chile, junto con nosotros; porque estamos aquí Gobierno y pueblo, porque el pueblo es Gobierno, y, por serlo, interpreta las ansias y los anhelos de las grandes mayorías. Hemos llegado al Gobierno y avanzamos a la conquista del poder. La diferencia con el pasado es notoria, no sólo por la concentración multitudinaria que desde aquí diviso, que triplica y quizás aumente en cantidad superior a los actos realizados otros años, sino porque veo a miles y miles de mujeres. A ellas les rindo homenaje en dos ancianas que hace más de una hora estoy observando, y que han llegado con su cansancio de siempre a decirnos con su ejemplo cómo sienten y apoyan al Gobierno Popular.
Y saludo a todos los dirigentes sindicales chilenos, a mis compañeros dirigentes de la CUT. Y rindo homenaje a aquellos que, si bien ya cumplieron con su deber, nunca dejaron de estar junto a los trabajadores, en la persona del primer presidente de la Central Única, mi estimado amigo Clotario Blest.
Hemos venido a hablarle al pueblo; a hablarle de sus derechos, de sus deberes fundamentales, de sus responsabilidades. Yo quiero que ustedes mediten el alcance y el contenido de mis palabras. Algo grande y trascendente ha sucedido en la patria con la victoria del 4 de septiembre. No ha sido un hecho casual; ha sido el esfuerzo sacrificado y anónimo de millares y millares de chilenos que tuvieron fe en ellos mismos, que creyeron en los partidos populares y que entendieron la gran tarea histórica que debemos cumplir. Este ha sido el fervor de generaciones y generaciones que supieron de la cárcel, del destierro y de la muerte, para darnos la posibilidad de llegar al Gobierno y conquistar el poder. Pero la victoria alcanzada en las urnas implica una gran responsabilidad, y yo quiero que se entienda muy bien, muy claramente. Desde luego, que se sepa, que se aprecie, que se medite lo que significa que un pueblo por vez primera en la historia, dentro de los cauces legales y de las leyes de la democracia burguesa, haya alcanzado el Gobierno para trasformar la sociedad e ir abriendo camino a las profundas transformaciones estructurales que conduzcan al socialismo. Reitero: es la primera vez que esto acontece. Queremos que las libertades políticas así conquistadas se transformen en libertades sociales.
Queremos que cada trabajador comprenda que la teoría revolucionaria establece que no se destruye absoluta y totalmente un régimen o un sistema para construir otro; se toma lo positivo para superarlo, para utilizar esas conquistas y ampliarlas. Es conveniente que eso se entienda y se adentre en la conciencia de cada uno de ustedes. Las conquistas políticas las mantendremos, porque el pueblo las alcanzó en sus luchas y las consagraron las leyes y la Constitución chilenas. Y los logros positivos en el orden económico, derivados del Gobierno Popular de Pedro Aguirre Cerda y expresados en el acero, en el transporte, en energía, combustibles y electricidad, serán puntos de apoyo, para extenderlos y organizar el capital social de que tanto hemos hablado.
En otro sentido, es conveniente no olvidar jamás que tenemos un compromiso y que lo vamos a cumplir: acatar el derecho de opinión, el derecho a crítica. Y de aquí les contesto a los jóvenes de la Universidad Católica -tan inquietos- que el Gobierno del pueblo respetará a los que disientan de él. No nos inquieta la crítica, lo único que exigimos es que ella se realice dentro del contexto jurídico que nosotros estamos observando.
Quiero reiterar que, por primera vez en la historia, un pueblo conscientemente ha buscado el camino de la revolución con el menor costo social. Y ese hecho es indispensable que se entienda: con el respeto a todas las ideas, con el irrestricto respeto a todas las creencias.
Quiero recordarles que tenemos un programa y que vamos a cumplirlo cualesquiera sean las dificultades que tengamos que vencer. Para que Chile rompa el retraso, la cesantía, la inflación, la miseria moral y fisiológica; para que el niño tenga futuro y el anciano tranquilidad, debemos aprovechar los excedentes que producen economías e invertirlos planificadamente en el desarrollo económico y social de nuestro país. Por eso es que son fundamentales las nacionalizaciones para fortalecer el área de la economía social de la que habla nuestro programa. Por eso vamos a nacionalizar las riquezas fundamentales en manos del capital foráneo, así como a los monopolios que actualmente también detenta el capital extranjero o el gran capital nacional.
Queremos hacerlo en función de las necesidades de Chile y su pueblo, de nuestra capacidad técnica para mantener las empresas estratégicas, no en iguales sino en más altos niveles de producción. Es esencial entender esto y también darse cuenta de que es el Gobierno el que debe acelerar o detener este proceso de acuerdo con la realidad. Y yo apelo a la conciencia de los trabajadores para que entiendan que es su Gobierno el que fija la técnica y los métodos de cómo proceder y que deben dispensarle la confianza necesaria para que pueda alcanzar las metas que se ha trazado.
Estamos abriendo en Chile un nuevo horizonte para ustedes. En los sectores social y mixto de la economía los trabajadores dejarán de ser simples asalariados. Óiganlo bien, van a dejar de ser simples asalariados para integrarse, junto a los representantes del Estado -que son ustedes mismos-, a la dirección de esas empresas, respetando la organización sindical, que tiene una actividad diferente. Si planteamos eso respecto del área social y del área mixta, debe entenderse que es fundamental que en las empresas privadas funcionen comités de producción. Hay en el país más de 35.000 empresas, y nosotros, en esta etapa, tan solo vamos a nacionalizar menos del uno por ciento -oigan bien- , y en Chile existen 35.000. Por lo tanto, debe comprenderse que la actividad de las empresas no nacionalizadas, las empresas medianas y pequeñas, es indispensable en el proceso del desarrollo económico. Queremos que en ellas haya comités de producción, porque el trabajador no es una máquina; es un ser humano que piensa, sufre, tiene esperanzas y puede contribuir al mejoramiento de la producción, aun en esas organizaciones.
El compañero Víctor Díaz, cuyo documentado discurso era necesario para que los obreros tuvieran conciencia de la realidad que confrontamos, ha señalado que el Gobierno, por mi intermedio, ha resuelto entregar el canal de la Radio Balmaceda a la CUT. Al respecto yo les digo: ¿conocían los trabajadores, los periodistas, los comentaristas, los que allí laboran, la realidad de esa empresa? Se lo voy a decir. En primer lugar, hace más de dos años que está caducada la concesión de su frecuencia de onda larga. El Gobierno demócrata – cristiano no le otorgó una nueva concesión y esa Radio Balmaceda, con un capital de 300 millones, debe 3800 millones de pesos. Y 2.800 millones los ha obtenido del Banco de Crédito e Inversiones sin ningún respaldo, y ha conseguido 700 millones más sobre la base de letras para responder a este enorme pasivo. Yo no creo, y lo digo claramente, que haga bien la Democracia Cristiana en querer adquirir esa radio, ya que implica -si no un compromiso- un hecho extraño para un partido político. Esa emisora ha perdido diez veces su capital; esa radio debe ser de los trabajadores, porque yo no la he entregado ni a los trabajadores socialistas ni a los radicales ni a los comunistas: se ha entregado a la Central Única, donde también, y por suerte, hay trabajadores cristianos, hay trabajadores de la Democracia Cristiana.
He dicho que en las empresas privadas y públicas debe haber comités de producción porque nuestra necesidad fundamental, nuestra prioridad básica, es aumentar la producción. Tantas veces lo he dicho y tantas y tantas lo volveré a decir: los pueblos progresan sólo trabajando, produciendo más, estudiando más. Pero es muy distinto -y esto lo entienden y lo saben- trabajar para una minoría que producir para Chile y para todos. Por eso yo recalco e insisto que es fundamental el mayor esfuerzo, el mayor sacrificio y el mayor empeño patriótico de ustedes para trabajar y producir más, porque al hacerlo estarán asegurando el futuro de la patria y demostrando a los que conspiran contra ella y el Gobierno que se han dado. Por eso destaco que ha hecho bien el compañero Víctor Díaz en realzar lo que representa el esfuerzo de los obreros del carbón, de Purina, del salitre o de otros sectores textiles nacionalizados. Ello es demostración de una conciencia que es útil destacar y un ejemplo que hay que imitar. También es conveniente saber que el nuevo sentido del trabajo implica nuevas obligaciones. Antes, cuando el Estado estaba al servicio de los capitalistas, los trabajadores del sector público o privado adoptaban necesariamente una actitud requeritiva, postulando aumentos de sueldos y salarios frente al alza del costo de la vida. Es decir, luchaban reivindicativamente. Hoy, tienen que entenderlo, los trabajadores son Gobierno; el pueblo es Gobierno. El sector público no está financiando a una minoría. Está poniendo los excedentes económicos al servicio de ustedes, al servicio del pueblo y de Chile. Por eso es necesario mirar desde otro lado de la barricada, para asumir la responsabilidad, la enorme, la trascendente responsabilidad que implica ser Gobierno.
Una parte del Estado está en manos de los trabajadores a través de los partidos populares y de la Central Única, que representa todos los niveles de la organización sindical. Y si digo una parte del Estado es porque hay otros poderes independientes, como el Judicial o como el Legislativo, donde no tenemos mayoría. Por eso debe entenderse que, junto con las dificultades inherentes a esta realidad, hoy tenemos que fijarnos objetivos distintos. El primero de todos: consolidar el poder político. El segundo, ampliar ese poder político, el poder popular. Y hacer esto en la forma más efectiva y realista, de acuerdo a las condiciones chilenas. Cuando yo hablo de ampliar el poder político, pienso que más allá de los límites de la Unidad Popular hay miles y miles de ciudadanos que pueden estar junto a nosotros; hay cientos y miles sin domicilio político, y hay otros que, teniéndolo, no pueden olvidar ni los principios, ni las ideas, y por eso yo los llamo fraternalmente, limpiamente, a trabajar por el Chile nuevo y por la patria mejor que queremos para todos los chilenos.
Fortalecer el poder popular y consolidarlo significa hacer más poderosos los sindicatos con una nueva conciencia, la conciencia de que son un pilar fundamental del Gobierno, pero que no están dominados por él, sino que, conscientemente, participan, apoyan, ayudan y critican su acción.
Significa fortalecer el poder popular, organizar la movilización del pueblo, pero no tan solo para los eventos electorales; movilizarlo diariamente, a todas horas, minuto a minuto. Y hay que tener conciencia de ello.
Un pueblo disciplinado, organizado, consciente, es, junto a la limpia lealtad de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, la mejor defensa del Gobierno Popular y del futuro de la patria.
Fortalecer, ampliar y consolidar el poder popular significa ganar la batalla de la producción. Óiganlo bien, compañeros trabajadores: ganar la batalla de la producción. Tengo aquí para ustedes, a mano, un resumen de un documento publicado en Estados Unidos por un semanario financiero. No reproducen los diarios chilenos lo que aquí se publica. ¿Pero qué dice? ¿Qué señala? ¿Qué se pretende entre líneas? Se afirma que los préstamos del Banco Mundial no están directamente bajo el control de los Estados Unidos, pero que gran parte del capital viene de la Tesorería de ese país, y que, con seguridad Washington puede influir en la decisión. Quieren cerrarnos los créditos, pretenden iniciar ese camino. Dice que cada actividad, y se refiere a los préstamos, parecería ser contraria a la legislación existente, que, interpretada por cualquier criterio sensato, parecería prohibir la ayuda de Estados Unidos a Chile. Y agrega, con la mejor voluntad del mundo, que los Estados Unidos podían hacer poco o nada para salvar a Chile del desastre. ¡Qué piadosos y compasivos están con nosotros! ¿no? Porque, según ellos, los trabajadores chilenos tienen menos y mucho menos que comprar ahora. Y agregan que en Chile no habrá producción. Y dicen: «Los trabajadores tienen poco tiempo para su trabajo». El ausentismo en Valparaíso promedia un 25% al día de las faenas portuarias y agregan con ironía, «salvo el día lunes, que alcanza a un 40%». Esto no se ha publicado aún en Chile, pero refleja un propósito que el pueblo debe atisbar: empezar ya a crearnos dificultades económicas que repercuten sobre las bases políticas en que se afianza el Gobierno. Los diarios nuestros, los diarios que reclaman libertad, mientras tanto publican lo que se les ocurre y reproducen artículos que, por desgracia, en muchas capitales latinoamericanas y de Europa, escriben en contra nuestra, desfigurando lo que somos, lo que queremos y a donde vamos. Pero al lado de eso, que sabíamos iba a ocurrir, está la amplia solidaridad, está la actitud de respeto de Gobiernos que, sin compartir la orientación nuestra, tienen concepciones de principio afines en cuanto a la autodeterminación y a la no intervención; está la presencia de los trabajadores, que han manifestado su adhesión a Chile en los países industriales del capitalismo y en los países industriales del socialismo; está la actitud de los trabajadores latinoamericanos, cuya solidaridad sentimos tan de cerca, porque sabemos que es leal, porque la historia de ayer y la de hoy hará posible la lucha cada vez más intima, más profunda de nuestros pueblos.
Cuando nosotros planteamos nacionalizar nuestras minas no lo hacemos para agredir a los inversionistas de Estados Unidos. Si fueran japoneses, soviéticos, franceses o españoles, igual lo haríamos. Es que necesitamos el cobre para Chile. Necesitamos lo que sale más allá de nuestras fronteras como utilidad de esas compañías, para poder impulsar el desarrollo de la nación, junto al hierro, el salitre y a las empresas nacionalizadas. Recuerden que en algo más de 50 años han salido del país, por concepto de utilidades del cobre, más de 3000 millones de dólares. Ahora, con la nacionalización, anualmente debemos retener 90 millones adicionales de dólares. Eso significara, en los próximos 20 años, al precio de 50 centavos la libra, 1830 millones de dólares. Si el precio promedio llegara a 55 centavos la libra, serían 2114 millones de dólares. Este excedente, este mayor ingreso, lo necesitamos para poner en marcha los planes de desarrollo económico de Chile, junto a los excedentes de otras empresas o industrias en manos del Estado, junto a los tributos y a los impuestos que pagamos todos, absolutamente todos los chilenos. De allí entonces que sea fundamental que se entienda la importancia que tiene el cobre y por qué nosotros debemos entender y hacer que el pueblo entienda lo que representa de responsabilidad para los obreros, para los técnicos, para los profesionales chilenos.
He dicho que, junto al cobre, está el problema de la tierra. Y tienen que entenderlo ustedes. Ustedes que trabajan en Santiago, la mayoría de ustedes que están aquí en esta gran concentración, que no son campesinos. Pero a lo largo de Chile, me oyen, seguramente trabajadores del agro. Este es un problema muy serio. Si el cobre es el sueldo de Chile, la tierra es el alimento para el hambre, y no puede seguir produciendo lo que hasta ahora ha producido. Por eso se ha impulsado la reforma agraria; por eso se ha modificado la propiedad de la tierra; por eso hay que cambiar los métodos de explotación; por eso hay que poner el crédito, la semilla, el abono y la ayuda técnica junto al campesino, al pequeño y mediado agricultor; por eso hay que terminar con el minifundio, y por eso hay que terminar con el latifundio.
Fíjense, compañeros que me escuchan a lo largo de Chile: todos los años nacen 300.000 o más chilenos. Y a pesar de la alta mortalidad infantil, son muchas nuevas bocas las que hay que alimentar. Si la producción se mantuviera en los niveles que hoy alcanza, y que sólo representa un incremento de 1,8% mientras la población crece en 2,5 a 2,7% al año, nos encontraríamos el año 2000 (año al cual ustedes van a llegar, y yo también, ¿ah?) con que el año 2000 tendríamos que importar, óiganlo bien, 1000 millones de dólares en carne, trigo, grasa, mantequilla y aceite. Hoy importamos 180 a 200 millones de dólares al año. Y el 2000 tendríamos que importar 1000 millones de dólares. Toda la exportación chilena alcanza a 1050 millones de dólares. Calculen ustedes el drama que tenemos por delante y la tremenda responsabilidad que implica la reforma agraria. Por eso les digo muy claro; por eso le he dicho al pueblo de Chile; se lo he dicho a los trabajadores de la tierra; se lo he gritado con pasión para que me entiendan en Cautín y en Valdivia, en Osorno y en Llanquihue, en las provincias agrarias del centro y del norte: vamos a terminar con el latifundio. Este año expropiaremos 1000 predios que están más allá de la reserva legal y terminaremos con el minifundio. Pero no basta expropiar, hay que hacer producir la tierra y tenemos que respetar la ley. No podemos aceptar que se atropelle al propietario que tiene derecho frente a la ley. No podemos crear el caos en la producción. No podemos apropiarnos de tierras y dejarlas sin producir. El Gobierno tiene que respetar la determinación y la planificación del ejecutivo.
Yo les digo a ustedes, y se los digo a los funcionarios de INDAP y de CORA: no pueden traspasar la ley. ¿Qué haría un hombre, que haría yo, si hubiera sido agricultor durante cuarenta o cincuenta años de mi vida, si no tuviera más que mi casa y el pan para mis hijos, si la ley me da un derecho y llegan funcionarios que no respetan la ley? ¿Qué hace ese hombre que no puede a su edad encontrar otro trabajo? ¿Por qué nosotros no vamos a tener un sentido humano y justo? Yo reclamo del pueblo que trabaja en la tierra, yo reclamo de los campesinos, que tengan confianza, que para eso hemos creado el Consejo Campesino. No se salvará ni un latifundio en Chile, pero el propietario mediano y pequeño contará con nuestro apoyo, con nuestra ayuda, con los técnicos necesarios, con la semilla y con el abono para cumplir con los planes de producción indispensables para alimentar al pueblo, camaradas.
Por eso tenemos que tener conciencia: la revolución no se hace en las palabras, compañeros, se hace en los hechos. Y hacer la revolución no es tan fácil, si no ya la habrían realizado otros pueblos, en otras latitudes o en este continente.
Se necesita tener el nivel político, la responsabilidad necesaria para entenderlo; no basta hablar de la revolución. Hay que hacer la revolución interior, que le dé autoridad a uno para poder exigirles a los demás, y por eso les hablo así el día 1º de Mayo, con pasión, frente a la responsabilidad que tenemos nosotros ante Chile y ante la historia: Nuevas metas, más organización, más disciplina, desprendimiento, no egoísmo; superar el horizonte pequeño de cada empresa, industria o de cada cerco para mirar el problema de clases en su conjunto, sean campesinos, obreros, empleados, técnicos o profesionales.
Para terminar (es que no me gusta la explotación del hombre por el hombre), ustedes ya saben lo que el Gobierno ha hecho y lo detalló recién el compañero Víctor Díaz. Desde el medio litro de leche hasta controlar el 53 por ciento de las acciones bancarias y hasta entregar a los bancos nacionalizados el mercado del dólar. Desde la nacionalización de empresas monopólicas, hasta la reconquista de las riquezas básicas en manos del capital extranjero. Hemos hecho y haremos todo el esfuerzo necesario para detener la inflación, para disminuir la cesantía. Pero no se detiene la inflación si no se produce más, camaradas. Porque genera mayor demanda y no habiendo como respuesta mayor producción, suben los precios, y las consecuencias ¿las pagan quiénes?, ustedes. Y, sobre todo, los pensionados, los jubilados, las montepiadas, los que viven de ingresos rígidos, sueldos o salarios. El Gobierno hace, cumple, realiza, pero la responsabilidad no la tiene sólo él. La tienen ustedes también.
Fundamentalmente, la tienen los trabajadores. Cuando hablo de trabajadores, hablo de campesinos, obreros, empleados, técnicos, intelectuales, profesionales. Hablo de pequeños, medianos empresarios, industriales y comerciantes. La responsabilidad la tienen los trabajadores. Lo que debilita y divide a los trabajadores, debilita al Gobierno, y tienen que entenderlo. Lo que fortalezca a los trabajadores, fortalece al Gobierno, y tienen que entenderlo. El futuro de la revolución chilena está, hoy más que nunca, en manos de los que trabajan. De ustedes depende que ganemos la gran batalla de la producción. El Gobierno, día a día, muestra lo que es capaz de hacer. Pero no podrá realizar más si no contamos con el apoyo, la voluntad consciente y revolucionaria de ustedes, compañeros trabajadores.
Por eso -como decía- hay que vitalizar los movimientos, los sindicatos, los partidos populares, y, sobre todo, deben tener conciencia de su responsabilidad los campesinos y los obreros. La revolución, el destino, el futuro de Chile están en manos de ustedes. Si fracasamos en el campo económico, fracasaremos en el campo político, y será la decepción y la amargura para millones de chilenos y para millones de hermanos de otros continentes que nos miran y que nos apoyan. Tenemos que darnos cuenta de que más allá de nuestras fronteras, desde África y de Asia, y aquí en el corazón de América Latina, hombres y mujeres miran, con apasionado y fraterno interés, lo que estamos haciendo nosotros. Piensen, compañeros, que en otras partes se levantaron los pueblos para hacer su revolución y que la contrarrevolución los aplastó. Torrentes de sangre, cárceles y muerte marcan la lucha de muchos pueblos, en muchos continentes, y, aun en aquellos países en donde la revolución triunfó, el costo social ha sido alto, costo social en vidas que no tienen precio, camaradas. Costo social en existencias humanas de niños, hombres y mujeres que no podemos medir por el dinero. Aun en aquellos países en donde la revolución triunfó hubo que superar el caos económico que crearon la lucha y el drama del combate o de la guerra civil .Aquí podemos hacer la revolución por los cauces que Chile ha buscado, con el menor costo social, sin sacrificar vidas y sin desorganizar la producción. Yo los llamo con pasión, los llamo con cariño, los llamo como un hermano mayor a entender nuestra responsabilidad; les hablo como el compañero Presidente para defender el futuro de Chile, que está en manos de ustedes, trabajadores de mi patria.
Salvador Allende 1 de mayo de 1971